La Isla Flotante

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Las Kiwicrónicas, Capítulo 2: Días de lluvia, sol y rednecks

Posted by David en 15 octubre, 2008

Imagen y Kiwi Station logo cortesía de Dharma Initiative Inc.

Diez días desde mi llegada después ya puedo ir soltando algunas impresiones, quizás infundadas, quizás espontáneas, de lo que Nueva Zelanda es y de lo que intenta ser.

Nueva Zelanda es una interminable e impresionante postal 3D, un recorrido virtual por un catálogo de DVDs de National Geographic y una continua colección de paisajes maravillosos; pero también hay una Nueva Zelanda ceporra y chabacana, un puzle de diminutos microcosmos de lo que hemos venido a llamar Rednecks Postapocalípticos. O lo que es lo mismo, catetos posmodernos sin valores, sin esperanzas y sin chanclas.

Auckland no es una ciudad especialmente eterna. Es más, hay que dosificarla mucho para que no te aburra en una semana. La urbe más poderosa del país extiende a un millón de personas en torno a Queen St., el intento kiwi de poseer una metrópolis de cierto nivel, aunque acusa visiblemente su juventud. Las multinacionales, los bancos y las souveniradas se han puesto manos a la obra, pero una avenida comercial ni debe ni puede ser el pilar de una gran ciudad. Aparte de eso, un puñado de locales, un museo, un teatro, un esto y un lo otro. En compensación, una enfermiza proliferación de japoneses, chinos, coreanos y thais que hacen mis delicias un día sí y otro también.

Si a eso le sumas el clima de lluvia-sol-nubes-lluvia-chaparron-sol-yvueltaaempezar, entenderéis por qué al cuarto día estaba subiéndome por las paredes de mi habitación. Ya había visto lo más interesante de Auckland y María y Dani seguían sin aparecer. Sin una intensidad urbana que me seduzca, la estancia en la ciudad me empezaba a taladrar el ánimo. Por suerte, la cosa cambió.

En este cambio tienen que ver, obviamente, las compañías. María y Dani llegaron hechos polvo, la galleguinha víctima de mil afecciones. En la academia, los puestos de la clase avanzada se lo reparten básicamente alemanes y orientales, con un turco y yo como invitados especiales. Las clases las imparte Terry, un gentleman divertido y muy interesante, una especie de moderno partenaire de Gandalf; en próximos episodios colgaré una foto suya. En clase, las mejores migas las hago con las alemanas, algunas de ellas también compañeras de hostal.

El cumplemuffin empieza a consolidarse.

La primera semana la hemos dedicado a bichear por la ciudad, por sus parques, sus tiendas y, como no, sus supers. Sí, queridos, la supervivencia urbana en kiwiland implica descubrir y asaltar los supermercados; si no, uno se ve en manos de los bandidos y truhanes de las Convenience stores que venden papas a precio de caviar. De ahí que infartara cuando entré en una el primer día y vi el litro de leche a 4$. Por otra parte, es casi orgásmica la variedad de salsas, pastas, bebidas, dressings y todas esas mierdas que nos encantan. Hay que ser muy retorcido pero muy genial para inventar 8 tipos de salsa de soja, anchoas fritas con sésamo para picar o snacks de pulpo con wasabi.

Míralo, qué puesto…

El primer fin de semana, después de un par de salidas a las afueras, nos pillamos un coche entre los tres con destino Cape Reinga, el segundo cabo más al norte del país. En cuanto uno sale de Auckland, los paisajes se embellecen y los ciudadanos mutan en rednecks de mirada torcida y hechuras sospechosas, auténticos bucaneros kiwis con poco cariño por sus pies. Bueno, ya está bien de calumnias gratuitas! El norte es una preciosidad, nos pegábamos a las ventanas del Corolla como perrillos, auténticos catetos flipando con tanto verde y tan bien puesto. Después de visitar una idílica cascada en Whangarei (hogar de Shanti, una especie de cani descalza con pinta superputera adicta a la chunguez), el coche nos hizo una gracia, una bromita de “Ahora no arranco, mamarrachos”. No nos dio tiempo a desesperar: en el horizonte, a lomos de un 4×4, apareció un enviado divino con sus hijos, sus genes maoríes y su bondad de hombre gordito. Envió a su niño a casa a por las pinzas y en 5 minutos volvíamos a andar. El modelo de su todoterreno lo decía todo: Dodge Charger.

Hola Pacífico, ¿como estás? dame un besito, muamuamuá

El faro de Cape Reinga se entretiene mirando como el Pacífico y el Mar de Tasmania se morrean sin descanso ni pudor frente a unas playas de postal caribeña. La mitología maorí dice que de las raíces de un árbol sagrado en Cape Reinga parten las almas en su vuelta a Hawaiki, su hogar primigenio. No sé si la mitología maorí cuenta con que sus descendientes ahora sean unas papas más en la tortilla neozelandesa: los maoríes son en Auckland lo que los latinos en Nueva York.

A la vuelta, momento Wes Craven. La aguja de la gasolina empieza a coquetear con el vacío, la noche está al caer, somos los únicos en la carretera y los poblados –aquí se juntan dos casas y ya es un pueblo- no ofrecen la mejor de las seguridades. Pasan los kilómetros y no hay rastros de gasolineras. Paramos donde mismo habíamos almorzado a la ida (Hangi, plato típico maorí basado en patatas dulces, verduras y carne, nada especialmente especial); el tipo me miró como si le hubiese preguntado por un puticlub nicaragüense. “Buff… prueba en Kaitaia”. Kaitaia. A hora y pico de allí. Manda huevos.

Por el camino, una gasolinera abandonada y otra cerrada y en venta. El panorama estaba negrísimo y todo parecía un vil telefilme del Showtime, con sus ingenuos estudiantes extranjeros, su lluvia de medianoche, su coche parado en mitad de ninguna parte y su redneck desollador de ingenuos estudiantes extranjeros, gancho de ganado incluído. Cuando ya estaba mentalizado para esperar la llegada de algún matarife borracho, ¡el milagro! Una BP a cinco minutos de cerrarse, con gasolina que sabía a gloria y cafeluchos de máquina para echárselos por la espalda. God save the Queen, copón!

El plan: rematar el domingo buceando con botella en las Poor Knights Islands, en el Top 5 del buceo según Cousteau. Dicho y hecho. Después de dormir –one more time- en el coche, en Tutukaka, salimos en barco hacia las islas, un paraje salvaje y protegido en el que está prohibido desembarcar por razones de carácter religioso y ecológico. Según cuentan, la isla fue escenario de la venganza de un jefe maorí que, sintiéndose insultado tras un intento de comercio, volvió a la isla cuando sus defensores se ausentaron y masacró a cuanta mujer, niño y abuelo encontraron. El jefe de la tribu masacrada declaró sagrado el lugar y prohibió volver a vivir en él. Las razones ecológicas incluyen geckos (único reptil que da a luz en lugar de poner huevos) y wetas de palmo y medio, además de ser el único lugar donde anidan las pardelas de Badell… sean lo que sean.

Pues sí, entré en el neopreno a la primera.

Es muy impresionante bucear a diez metros de profundidad entre algas que parecen de expositor, bancos de peces y bichos del tamaño de mi muslo aleteando a un palmo de mi cara. El fondo del mar es antigravitatorio y atemporal, te olvidas de que hay vida fuera del agua. Muy muy repetible.

La vuelta, cómoda y sin problemas. Por el camino, muchos más encuentros, situaciones, anécdotas y personajes, pero hay que dejar historias para las próximas charlas cerveceras. Aquella noche, la ducha fue antológica y la posducha, escandalosa: aún hay mendigos en los callejones de Auckland acojonados por los ronquidos.

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IV Jornadas Fantásticas de Puerto Real

Posted by David en 5 octubre, 2008

Aprovecho para subir la primera versión del cartel que presenté para las IV Jornadas Fantásticas de Puerto Real, que se celebrarán del 27 al 30 de Noviembre. De momento no puedo daros más info sobre las jornadas, pero cada año son más interesantes y os recomiendo que si podéis os acerquéis.

Este año, las jornadas están dedicadas a la memoria de Manuel Prieto, introductor del frikismo en las venas de Puerto Real. Tras muchos años de esfuerzo, Manolo logró consolidar una tienda nueva y diferente en un terreno realmente árido y le puso huevos a una situación a la que ninguno quisiéramos enfrentarnos. Un tío como dios manda.

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Las Kiwicrónicas, Capítulo 1: El día que eran 3 días

Posted by David en 5 octubre, 2008

Curioso, observar un aeropuerto de noche con el Nessum Dorma en el hilo musical. El viajero común, animal de sufridos trasbordos y eternas escalas, se acomoda como buenamente puede por, sobre o entre el mobiliario de El Prat. Los nórdicos con nórdicos y almohadas, los americanos con su peores galas y los frikis arremolinándonos en torno a los enchufes más dignos y tirando de portátil. Que no de red, que por supuesto es de pago. Total, que sólo queda escribir, leer o verme una peli. El objetivo es dormir lo mínimo. A escribir.

Antes que nada, la mención especial a las dos damas del día: Yuwaxu, que con su aprobado carnetero, su cuaderno de viaje y su sonrisa me alegra el viaje y los días; y Almu, mi cónyuge en lo fiscal, mano derecha en presidencia y ocasional conductriz de superlujo. Una muestra más de que, aunque mengüen por días, son grandes entre grandes.

El viaje hasta Barcelona, facilísimo. Las cuatro horas en San Pablo se hicieron relativamente llevaderas, entre la merienda, el cuaderno, las lecturas y una licenciada en Publicidad que empezó tratando de venderme una de esas golosas estafas financieras y acabó confesando su pasado cartujero. Qué bello augurio.

Esquivando los chistes fáciles y macabros sobre coger un vuelo nocturno de Spanair, simplemente comentar la presencia de publicistas profesionales (un creativo y tres técnicos de foto y video, insoportablemente inconfundibles) en el transfer del aeropuerto, encantados de haberse conocido y comentando las tetas de las modelos como lo haría cualquier banda de currantes de a pie (de esos de los que tanto quieren diferenciarse via modelitos postmodernos).

Por delante, siete horas hasta facturación. Y lo siento por mi vecino de portátil, pero dejarme los zapatos puestos no es una opción.

San Pablo > Café y caña de chocolate: 3,05 €
El Prat > Café, botellín de Font Vella y dos sándwiches vegetales envasados: 9 €

A mi me gusta, a ti te gusta, a todos nos gusta el Mochilasex!

Dicen por ahí que las aerolíneas asiáticas son la leche. Mentira. Son la polla a la carbonara. Nunca vi en otros aviones semejante cantidad de atenciones, de buenos modos y de oferta de entretenimiento. No es para menos: casi 26 horas seguidas de avión, escala y trasbordo express de por medio. En Milán se me acabó la alegría de la soledad cuando abrieron la manguera y rellenaron el avión de turistas (de ida o de vuelta, pero turistas inconfundibles todos). De repente brotaron unos niños a mi alrededor, con sus respectivos padres y sus respectivas caras de hijosdeputilla sin educación; afortunadamente, uno desarrolla lo contrario al sentido arácnido, de forma que lo que debería llamarme la atención ya deja de hacerlo y se concentra mejor en el papel o la pantalla.

Porque lo de la pantalla es impresionante, chicucos. Un catálogo de 120 pelis entre estrenos y seminuevas, nosecuantas series, juegos, música a patadas, etecé etecé. La leche. Todo es muy nebulósico, recuerdo haber visto Hancock (buah!), Iron Man a medias (buah!), Get Smart tb a medias (buah!) y Fuera de Carta (coño, pues no estaba mal!). Es más, con la última tuve momentos de descojone (con el Tejero, quién lo diría) que atrajeron a mi vecina de asiento en plan “quiero ver lo que hace que este payo se descojone después de 12 horas volando”.

«Urendo Gassía Deivid, cora cora o se queda en tiera, imbécil!»

Lo de Singapur fue una genuina paradinha: me dio tiempo a mear, a decir que bonito y que grande y a correr mientras me llamaban por megafonía. Singapurenses, no se puede hacer una terminal tan grande y una escala tan pequeña! Otras diez horas más de viaje con un matrimonio neozelandés de oídos frágiles y caras de acedía pero amables al final, más pelis, más cabezadas y más comida. Joder, no se cuantas bandejas de fétida comida de avión engullí en este viaje, pero mi estómago se comportó como un auténtico héroe.

Ya en Auckland, después de unos 40 minutos haciendo cola en las aduanas (sin duda, el único español en el aeropuerto: todo estaba en paz, armonía y silencio), pillé un supershuttle que me dejó en la puerta del City Lodge. Yo ya ni era humano ni era nada, pero mantuve el tipo y la dignidad, y aunque debería haber llegado hecho una piltrafa, los cariñitos de Singapur Airlines y las ganas de decir vivanmishuevosmorenosyolé me mantuvieron en pie. Pero no nos engañemos. Cuando uno hace el viaje más largo de su vida, una sola cosa ocupa su mente, su ánimo y su espíritu: la promesa de un váter limpio. Y el que lo niegue miente como un quebecqueño.

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Puerto Real CF 08/09

Posted by David en 4 septiembre, 2008

Este año me volvieron a encargar el cartel de temporada para el Puerto Real CF. Tras el anterior encargo, en el que tuve que plegarme a la plagiadora exigencia de la patronada, este año estaba dispuesto a romper a toda costa con la basura pergeñada en la última temporada (un diseño al nivel de equipo de guardería). No es que este trabajo sea el summum del diseño, pero necesitaba presentar algo diferente, defenderlo y utilizarlo en Puerto Real. Crecer no es sólo hacer más casas.

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Adiós a un amigo

Posted by David en 24 octubre, 2007

En la tarde del sábado 20 de octubre, Juan Antonio Cebrián sufría un fulminante infarto de corazón con 41 años. La Rosa de los Vientos queda repentinamente huérfana de padre y todos sus seguidores perdemos a un amigo y compañero. Desde aquí, mis condolencias a Silvia y Alejandro. Ha muerto un buen hombre.

Comunicado oficial de Onda Cero
Homenaje de Carlos Canales
Homenaje de Bruno Cardeñosa

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Manhattan 07 – Epílogo

Posted by David en 19 octubre, 2007

A toro pasado, después de tres días de retorno al cuchareo y a la siesta, el poso de sensaciones que me han dejado los EEUU sigue siendo muy positivo. Partiendo de la base, evidentemente, de que es un imperio al borde de la decadencia.

Apreciaciones políticas al margen, lo que quiero destacar, la gran sorpresa -a pesar de lo que ya me habían contado- ha sido el carácter neoyorquino. No sé si será extensible al resto del país, pero el talante del neoyorquino medio es, como mínimo, amable y hasta entusiasta. Hay una increible predisposición a ayudar al resto, una especie de solidaridad sobreentendida que esquiva los prejuicios de raza, religión, sexo o pintas. No importa como vistas o como hables, esa solidaridad es contagiosa y pronto te unes al carrusel de nacionalidades. Al contrario de ese sálvese quien pueda que algunas fuentes (películas, noticiarios) proyectan sobre la vida en la ciudad, la realidad es que, a pesar de los rascacielos y las avenidas, uno se siente arropado en NY.

Especialmente mientras tenga dinero.

Como en todas partes, qué cojones. Mendigos los hay en toda ciudad, pero tendemos -por algún mecanismo absurdo- a suponer que la Nueva York de Broadway, de Woody Allen y de Bloomingdale’s no puede tener muertos de hambre. Igual no es tan absurdo el mecanismo: Friends, por mucho que nos guste, no es otra cosa que una moderna american way of life. NY es a la vez una glamourosa ratonera, un brillante puntal de la cultura, una tabla de salvación a la que se agarran los que pueden nadar hacia ella; un refugio intelectual, una caja de joyas y un nido de ratas. Cada uno tiene su propia NY, y la mía me encanta.

Un consejo si vas: deja la política en la aduana. La disfrutarás infinitamente más.

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Manhattan 07 – Cap. 4: Museos, kimchi y esa infame bachata.

Posted by David en 17 octubre, 2007

Quedaban cuatro días para abandonar la ciudad y ya empezábamos a echar de menos NY. El último día en la academia fue puramente testimonial (un beso para Jojo, profesora simpátiquísima donde las haya); almorzamos en Little Korea por cortesía de Hyun, que me enseñó cómo atacarle a una mesa de estupenda comida coreana sin montar un numerito. La sopa de marisco picante coreana, una delicia, y el Kimchi -un entrante a base de col china- fue todo un descubrimiento. Una cocina a explorar, señores.


Hyun, María y servidor, despachando cafelazos.

Después de las clases y de un último café con mi coreano favorito y mi gallega favorita, echamos un rato y cayó un autoregalo en una tiendaza de cómics al otro lado de la calle (estaba allí el escritor de 30 días de noche soltándoles autógrafos a los 4 frikis que lo conocían). Después de una frustrada visita al Minskoff (el Rey León quedará pendiente), nos entregamos María y yo al merodeo nocturno por Chinatown (aliñado con estupendas historias gallegas) hasta que un angel con gafas y granos nos vió cara de hambre y nos recomendó un thai de la calle Orchard. Recomendación que os traspaso a los futuros viajantes a NY: el sitio –Open the Sesame– estaba casi recien abierto; su encargada-camarera-co-propietaria, una joven tailandesa que decoraba el lugar con sus propias obras, nos dispensó unos noodles y un trato tan estupendos (casi tan estupendos como esa maravilla de cuarto de baño en el que no pude menos que sentarme por el mero placer de hacerlo) que prometimos volver el sábado.

Promesa que no cumplimos, como podeis sospechar.

Aquella noche me llegó el primer regalo de cumpleaños de parte de mis ninios. Pergeñado el tema por miss Destroyer, un grupo de desequilibrados me provocó un ataque de risa, morriña y cariño transatlántico. Unos cracks.

Me quedaban pocos días y bastantes cosas por hacer, así que hubo que empezar a descartar. Lo primero, el Guggenheim. Lo segundo, el hockey en el Madison. O me iba al Madison o me pillaba un par de Levis a 30€ cada uno… no soy tan fan de los Rangers. Después de una visita mañanera al impresionante Museo de Historia Natural, hicimos la tarde-noche entre Central Park (a ver qué cara le pongo yo ahora a Las Canteras) y Times Sq (por donde pululaba Gene Simmons flanqueado por ex-campeones del mundo de empujones).

A todo esto: perdí la cámara en el hostal. O mejor dicho: me la dejé en la 412 al cambiar de cuarto y cierta limpiatriz ecuatoriana de dedos ágiles y sonrisa malévola le dió cobijo en su riñonera fosforito. Tampoco me traumatizo, era una cámara horrible.


No me llames Dolores llámame MoMA.

El útimo día completo pintaba genial. La mañana, dedicada al MoMA, un museo rodeado de rascacielos y puestecillos de buen halal en la zona financiera; el contenido muy por encima del continente, cuanto más paseaba por éste, más valoraba esa caja de zapatos que es la New Tate. Una lástima que tan brillante rebaño de Kandinskys, Van Goghs y Picassos se esparza por tan mediocre edificio.

Falafelado ya en compañía de María, aprovechamos la tarde para tiendear. La tienda Apple y sus aipods tach, sus aifons y sus precios casi me hacen un destrozo en la tarjeta, pero mi pequeño nano y la promesa de un bofetón maternal me ayudaron a contenerme (sigh!). Para la noche había plan de thai + salida villagera: gran plan! Una llamada, unas postales y dos horas de retraso convirtieron el gran plan en un zurullo king-size, mientras María y yo veíamos impotentes como la noche se nos escapaba a ritmo de bachata. Compostelana, desde el cariño, te mataría con mis propias manos!

El último domingo desperté vestido y con el móvil sonando a saco. Un malentendido lo provoca cualquiera, y mi despiste provocó que Jose y compañía me esperasen en San Pablo 24 horas antes de tiempo. Bien por mí…

Poco tiempo nos quedaba para el vuelo, así que nos tiramos de cabeza a Chinatown a cerrar compromisos y tal, de forma que a las 4 estábamos de vuelta en el hostal con el equipaje y un Lincoln con tapicería de cuero blanco con un cartel que decía: Newark, 60 billetazos.


Adios al Mosquito Posmoderno.

Lo demás lo podeis imaginar: 8 horas sobre el oceano con Mary, cariñosa despedida parisina, promesa de musaka que no pienso olvidar y cambio de aeropuerto. Cuatro españoles se empeñaron en demostrar en el transfer que somos firmes candidatos a ser la scum of the earth, pero un viejuno gabacho reivindicó el título y no hubo cojones de decirle que no. Como siempre, nos quedamos en cuartos.

La vuelta, typical spanish: azafatas que dominan el inglés como yo domino el klingon, avión de juguete, refrigerio inexistente y organización de cachondeo. Vergonzoso, como siempre. Por suerte, agazapados tras la primera esquina, me esperaban mis nenes, cartel en mano y grito en boca, para anunciar a medio aeropuerto que, tras tres semanas de ausencia, ya estaba en casa.

(Los estupendos actos de bienvenida que prosiguieron quedarán, por supuesto, en la intimidad de la memoria colectiva de los involucrados. No pienso escribir que celebré mis 27 con piñatas de Disney, cojones!!).

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Manhattan 07 – Cap. 3: Canadá, mon amour.

Posted by David en 11 octubre, 2007


Una bella en el Atlantic Antic.

No sabría cómo calificar esta segunda semana americana, pero desde luego la cosa fue de menos a más. Y digo esto porque tardé tres días en darme cuenta de lo nocivo que es autoimponerse la soledad. Durante tres días vagabundeé sin rumbo fijo por Manhattan hasta percibir que el mejor momento del día era la reunión con los demás antes de acostarnos. No voy a decir que fue tiempo perdido, pero sí poco aprovechado.

Por suerte, el viento cambió: además del Atlantic Antic de Brooklyn, del basket callejero, de las macrotiendas y de una genial actuación en el Groove, tal como me pillé el City Pass me tiré de cabeza al chorramundo del turisteo: el paseo de 2 horas bordeando la ciudad en barco (la estatua, he de reconocerlo, es bastante inspiradora y se cuidan muy mucho de explotar su carácter de símbolo), con la ciudad maquillándose de luces mientras anochece. De ahí al Empire, piso 102. La vista urbana más impresionante de la ciudad, te parece tener Manhattan en un puño. Por desgracia, el cine nos ha acostumbrado demasiado a ver NY cual maqueta y no acaba de caérsete la baba, pero el salto es acojonante y las colas más acojonantes todavía.

Mientras me curaba el síndrome ermitaño, decidimos que las camas eran demasiado cómodas y Canadá demasiado estupendo como para pasar el finde en NY. Dicho y hecho, el sábado 6 de octubre (sábado 6 de octubre, repito para los despistados) teníamos a capricho un Dodge Caliber rojo, tres días por delante y tres espaldas con ganas de sufrir.

Que el paisaje durante las 8 horas de coche sea una delicia y que Montreal sea una preciosa mezcla de America y Europa no es excusa: los quebecqueños son gilipollas. Estúpidos, aburridos, descorteses y maleducados. En una palabra: franceses.


Notre-Dame de Montreal, catedral con pay per view.

Ciudadanos aparte, Montreal es un encanto de lugar, y aunque sólo teníamos unas horas, pudimos visitar su réplica de Notre-Dame (rodeada por una siniestra caterva de tiendas de souvenirs), la maravillosa catedral Marie-Reine-du-Monde (con sus puertas automáticas), el Ville-Marie -el mayor centro comercial subterraneo del mundo-, ese remanso de paz que es el Parc Mont Royal y el imponente estadio olímpico. Eso y los peores barrios de la ciudad, el macdonalds de caretos más chungos del Quèbec y el descampado que conforma el parque tecnológico de la ciudad: todo por cortesía de nuestra sufrida conductiz, Mara, que se chupó veintitantas horas de conducción estos días a cambio de descubrirnos su magnética pasión por las zonas más escabrosas de cada ciudad, su más que nefasta capacidad de retención y su alegre despreocupación por pasar la noche en cualquier calle de la ciudad, por mucha mirada torcida del vecinazgo que nos rodee.

Pero sí, al final no hubo huevos de encontrar techo y paredes (de nuevo, los montrealeños demostrando que, además de imbéciles, no tienen ni puta idea de donde viven); por suerte, el hecho de que casi nos dormimos al volante ayudó a aparcar y dormir en una calle céntrica después de cuatro horas buscando primero alojamiento y luego una calle fiable. Bien mirado, parecíamos la élite de los sin techo.

Esa misma noche, carretera y manta again. Abandonamos el Quèbec, pasamos a Ontario y la diferencia se notó en el primer 24h. en el que paramos a evacuar líquidos: nunca pensé que diría esto, pero echaba mucho de menos el carácter americano. Tras Kingston (uno de tantos que hay en Norteamérica), hicimos noche en un rest area cualquiera (ah, la cadena Tim Horton, grande entre grandes) y al día siguiente llegamos a Toronto (Torono).

En Toronto, autovías de 16 carriles, muchos rascacielos y la Torre CN, también con vista y colas acojonantes, aunque más acojone tienen ellos con los payos de Dubai. Pronto tiramos camino de Niágara, a ver las famosas cataratas. Y entonces… el putiferio!

Porque el complejo de hoteles, casinos, caspa, mal gusto, ordinariez y horteridad que rodea las cataratas no tiene otro nombre. Niágara es una sesentona de tetas caídas y labios mal pintados que todavía intenta seducir a los incautos mientras baila al ritmo de Elvis. Una lástima, pero todo lo que rodea a las cataratas hiede a pura decadencia.


Love meeee, love me tender…

Las cataratas, a pesar de todo, impresionan cuando te acercas en barco y mucho más cuando te subes al mirador que está a sus pies. Aún con el disfraz de caponata profiláctica que te dan, acabé de agua hasta la gomilla de los calzoncillos; esto, unido al roce muslero continuado y a tres días empollando en el coche, no pudo sino desembocar en lo que podríamos llamar English Crisis (en español, Muero por las Ingles). Resumen: las cataratas muy bonitas, los baños muy limpios y la media altura echadita a perder. Que desperdicio, señoras! XD

A todo esto, teníamos que devolver el coche al día siguiente a las 7. Mara estaba al borde de un ataque de nervios y yo al borde de un ataque de sueño, así que llamamos a la agencia, que después de un rato largo (aliñado con visas perdidas, operadoras cabreadas y un tal Jimmy Tripplet) conseguimos nos ampliara el contrato un día más. Conseguimos de nuevo un aparcamiento seguro y, entre la calor del interior y la peste a mierda del exterior, pasé una de las peores noches desde que pisé América.

Al día siguiente, visitadas las cataratas, destruidas las ingles y devorados los tres platos de buffet indio (aún no entiendo la proliferación de Apu-tourists en Niagara), tomamos la ruta de vuelta a nuestra querida y nunca tan añorada NY (que nos prometía una ducha caliente, una cama decente y un plato de tremendo chile con carne marca Gladys). En la agencia nos perdonaron la gasolina que nos quedaba para llenar el tanque y no nos pusieron ningún tipo de reparo. Imagino que cuando olieron el adobo que durante tres días criamos en el coche ya estábamos demasiado lejos. Para rematar, el manager del Virginia’s creyó que habíamos huído del lugar para siempre, así que canceló nuestra reserva y le entregó nuestras habitaciones a otros pavos. Cosa que celebro: ahora tenemos mejores habitaciones y nos han descontao un pellizco curioso, pellizco que será preceptivamente invertido en cerveza y pollo frito ipsofactamente.

Hecho polvo física y mentalmente, arrastrando horas de sueño y con el estómago lleno de carroña de carretera y café barato, sólo puedo decir una cosa: ole Canadá, ole Tim Horton y que le den por culo a los quebecqueños!

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Manhattan 07 – Cap. 2: Primera semana en la Manzana

Posted by David en 30 septiembre, 2007

La Gran Manzana, podrida o no, es impresionante. Si puedes observarla sin recordar cómo y por quién está gobernado el país, y olvidándote de la sanidad y la educación, confirmas en dos días porqué este microcosmos es la ciudad referencia del planeta.

Aparte de la desbordante multiculturalidad, del carácter de la gente y de lo imponente del escenario en sí, me encanta cómo la ciudad es capaz de sorprenderte: ya sea por iniciativa de entidades o de individuos, Nueva York aprovecha cualquier momento para atrapar tu atención. Calvin Klein organiza un evento en mitad de la 5ª, Times Sq. se corta para convertirse en un patio de butacas para una ópera televisada en directo o 4 morenos se ponen en mitad del metro a pegar saltos. Lo que sea, pero no pasa un día sin que la calle se mueva.

Esta primera semana he confirmado lo falso de ciertos topicazos. El neoyorquino medio -wasp, inmigrante o hijo de- es educado, entusiasta y muy amable; de violencia no digo nada todavía, pero llevo una semana en el barrio (El Barrio) y no he visto atisbo de mal rollo, ni aún de noche. Sobre la comida… el tópico es absolutamente cierto. Si los platos tradicionales ingleses son vomitivos y nefastos todos ellos, los americanos rezuman pringue sobre una base de fries. Todo está enfocado al cebado sistemático del personal, todo es XXL y, si es líquido, tiene extra de gas. Añoro la llamada del gazpacho con sus respectivos revivals.

Voy a intentar resumir, antes de que cerréis la Isla y os caguéis en el blog. Pues bien, esta primera semana ha sido un poco caótica, hasta que por fin nos hemos empezado a organizar individualmente, que es como mejor se funciona. No sé si es por cierta vergüenza turistofóbica o porque todos tenemos ciertas imágenes ya muy trilladas, pero no estoy tirando cientos de fotos típicas como cabía esperarse de un turista justamente becado. Espero sufrir un arrebato camaril la semana que viene y acumular una remesa de postales personales de recuerdo (como si se me fuera a olvidar el asunto).

El gran momento de la semana: 20.00 h., asiento de mezzanine y ese pedazo de Majestic Theater sirviéndome en bandeja dos horas y media maravillosas. Aún habiendo oído la obra veinte veces, visto en dvd del teatro y del cine, El Fantasma de la Ópera me acojonó, me deslumbró y me hizo odiar Broadway por estar tan lejos de España.

Cambiamos de tercio: la academia GEOS. Pues está en el 6º piso del Empire. El primer día te cuelga la baba con el edificio («diooooo, 55 pisos en 15 segundos»); la escuela en sí está compuesta por varias habitaciones que sirven de clases, una oficina y una minicocina. El nivel del curso es bastante muy cuestionable, pero el hecho de que en clase estemos 5-7 personas ayuda a practicar el idioma, que algo es. De todas formas, si no es por ministra, a estos no les doy yo 600 euros ni harto dronga. Excepto un turco (con los huevos gordos como bombonas), un coreano muy espabilao y una taiwanesa timidísima, los demás son españoles pasotas y ruidosos (aplicable al resto de la academia, las becas han repartido miles de ceporros around the world).

Completando, muchas cositas: conciertos estupendos en Central Park, actuaciones afro-refregonas en garitos subterraneos, parques, plazas y museos por todas partes, niñatos en limusina e inválidos durmiendo en mitad de la calle con una toalla por encima. Aunque uno se acostumbre, los contrastes son dolorosamente extremos en esta ciudad.

La semana que viene pinta muy muy bien. Nueva visita a Broadway, conciertillo de Vienna Teng y posible escapada a Canadá. Eso de momento, seguiremos informando.

Un beso a todas, nenas. A los nenes, un abrazo y que corra el aire XD

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Manhattan07 – Cap. 1: Sevilla-París-NY

Posted by David en 23 septiembre, 2007

París, 22Sept, 14:17

Con sólo tres perras horas de sueño, a eso de las 5:30 empecé a afeitarme con mal espejo, mala luz y un poquito de mala leche. El autobús llegó a Sta Justa con una puntualidad bastante decente y por dos euros llegué en unos 20 minutos a San Pablo Airport, donde ¡oh, sorpresa!

En la cola de facturación me dan un toque en la espalda: Chelo, la viuda de Manolo, que va con su niño, su pareja y una amiga a Eurodisney. Antes de salir, un preceptivo manchao y un donut de chocolate mientras una viejuna insoportable insiste en empujarme la bandeja con la suya. Hijadeputa, que coñazo de mujer. Embarcamos rapidito y las dos horas se me pasaron volando dormido.

Orly, o lo poco que he visto de él, es un aeropuerto bastante discreto pero muy… amistoso. Recogí la maleta y a lo justo logro pillar uno de los autobuses que Air France manda para el DeGaulle. Una conductriz muy amable y muy eficiente –que hace que me plantee que no todos los franceses merecen una bofetada- me acerca, 16€ mediante, al aeropuerto del General en unos 40 minutos. Aún sigo incacheado, pero en la terminal 2E (la mía, por si lo dudabais) acechaba el peligro. Metralletas, camuflaje… que coño es esto?!

La escalera mecánica parada, la peña esperando y un puñado de militares (chaveas de veintipocos, con boinas y automáticas). Un rato esperando allí, no se mueve ni el gato. Un moreno me comenta que alguien se ha dejado el equipaje ahí, y que no está el patio para bombas. A los veinte minutos, acojone general durante medio segundo cuando los tedax franceses revientan la mochila, que imagino tendría medio bocata tortilla (omelette baguette) y un pikachu de peluche. Enseguida el aeropuerto recuperó la normalidad y cada uno a su facturaje (el mío, en 2 minutos tras atenderme un chaval con un español tan dudoso como su inglés). Y ya que el wi-fi del aeropuerto es de pago (hay que ser cutre), aprovecho para escribir estas primeras líneas mientras unas francesas parlotean a mi lado (una de ellas para enmarcar).

Voy a ir pasando a la zona de embarque, a ver si por casualidad les ha dado a los payos estos un arranque de generosidad y existe un punto wifi gratuito por allí. Por delante, hora y media de espera, 8 horas de vuelo y algún que otro cacheo americano, gentileza de este careto de alqaedo que tengo. Hasta la noche, pues.

*** pasan las horas ***

Llegamos!! Después de 8 horazas de vuelo (todo muy bien, Air France se portó: almuerzo, merienda, refrescos, pelis -Piratas del Caribe 3 y tal, en chicano: garantía de sueño), llegué al JFK, donde me encontré con Mara (genialmente hiperactiva). Pillamos un shuttle (una mezcla de furgoneta y monovolumen), que por 20$ por cabeza nos dejó en la puerta del Virginia.

El hostal no está mal, lo imaginaba más cochambre. Mucho joven, salita con wifi, desayuno gratis, aire en el cuarto… ole!  Anoche fuimos a dar una vuelta por el barrio. Realmente tenía pinta regulera, pero sin problemas. Los colegios celebraban una especie de fiesta nocturna… a Mara se le ocurrió entrar, pero por suerte fue imposible. Lo siguiente fue volver al hotel, deshacer la maleta, descubrir la de cosas que se me han olvidao en España y a sobar. Muerto morido matado.

Ya de mañanita, desayunado y interneteado, tiraremos pal centro que creo que hay mercado en Canal St. Ya os cuento, alimañas!

 

(Las fotos, de momento, a la espera de descargar el móvil… ayer me quedé sin batería :S)

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